La no historia de la niña secuestrada

El rey de los tejones, Philip Hensher
(Ed. Libros del Asteroide)

La historia promete, pero no cumple, y es una verdadera lástima, porque El rey de los tejones tienen todos los ingredientes para ser una buena novela. Hanmouth es un pequeño, pintoresco, seguro y acaudalado pueblo ficticio del condado de Devon, en Inglaterra. Sus habitantes son militares, artistas, estrellas de televisión, catedráticos, ricos empresarios de telefonías móviles, lores... y otros muchos que hipotecan sus vidas con tal de tener un porche ajardinado que de al estuario. Pero la vida tranquila del pueblo queda trastocada cuando la hija de una de esas horribles familias que viven a las afueras del pueblo en los pisos de protección oficial es secuestrada. Y ya sabemos -que nos lo digan en este país- que los medios de comunicación sienten fascinación por las historias trágicas y morbosas protagonizadas por niños, así que montan sus tiendas de campaña y sus equipos de transmisión para hacer zoom a través de las ventanas a ver si captan el rostro lloroso de la madre mientras los agentes de la policía rastrean con un palo el fango al fondo del río. Con las cámaras y la invisible patrulla vecinal, que vela por vuestra seguridad, los secretos de nadie están a salvo.

Hasta aquí todo perfecto. Lo suficientemente atractivo y prometedor para que pidiese el libro a fin de recomendaroslo. Hay un niña, hija de una catedrática insoportable especializada en poetisas de la Regencia, que tortura a sus muñecas llamadas Mi pequeño Poni, Lágrimas Auténticas, Kafka, Víctima ensangrentada, Caraculo, Medio Judía, Muerta al nacer o Pornografía infantil entre otros. ¿Cómo puede Phillip Hensher fallar después de algo así? La pequeña Hettie es una de esas joyas literarias que hacen que una historia por sí sola merezca la pena, pero el autor te muestra el caramelo y luego lo abandona. El rey de los tejones no es la historia de una niña secuestrada. Es el retrato de una sociedad - de las vidas pasadas, el oculto presente y las imaginaciones futuras- capaz de secuestrar e incluso asesinar a sus propios hijos. De verdad que era muy complicado hacer esta historia mal cuando tenía tan buenos ingredientes y un enfoque original.

Hensher empieza con fuerza. Retrata a pinceladas un Hanmouth idílico que intuyes es todo una mentira, y sus habitantes modélicos, con un buen uso de los silencios, empiezan a desvelar todas sus bajezas y perversiones. La niña desaparece, sus hermanos -hijos de otros padres- se niegan a decir palabra, y la apenada madre sonríe a las cámaras y estrena ropa nueva comprada con los fondos públicos donados al movimiento "Salvemos a China". La Policía se niega a dar a los vecinos la lista de los numerosos agresores sexuales que viven en los alrededores del pueblo. Y de tres libros y dos "improptu", el secuestro se resuelve en el primero. ¿Así, tan fácil? Bueno, podría no estar mal. No me lo esperaba en realidad.Y cuando todo parece resuelto, la niña se esfuma de nuevo. ¿Qué demonios...? Pasemos de capitulo. Y entonces, desde la página 157 a la 468, no entiendes los derroteros del autor. El término correcto para esta novela es desiquilibrada. Si la primera parte había sido un fresco social de distintas voces, todo el segundo libro está centrado en la deprimente historia de un nuevo personaje que nada tiene que aportar al interés de la trama principal. Son casi doscientas páginas de no acordarse de la niña secuestrada y en cambio relatar los desvaríos y encuentros sexuales de decenas de miembros de la comunidad homosexual inglesa que el autor caracteriza -a todos y cada uno de ellos- como modernos drogadictos promiscuos adictos a las orgías y los trajes de cuero y correas. ¿De verdad? No entiendo la historia del pobre David, no al menos como parte -tan extensa- de la historia de Hanmouth. El tercer libro recupera a China muy de vez en cuando en medio de interminables descripciones de tiendas de comestibles, bancos con el nombre de niños muertos y subidas y bajadas del estuario. Alguien la tiene. Es intenso, pero se desinfla. Mueren dos o tres personajes sin pena ni gloria. Y entonces, el misterio, ¡ahí lo tienes!, resuelto en cinco páginas y de refilón. Tengo la sensación de que el estuario de Hanmouth olía a estanque podrido y de que me han contado demasiadas cosas y a la vez demasiado pocas. ¿Cómo puede un finalista del premio Man Booker hacer mal una historia de niños escondidos en un desván?

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