Bourgeois y Warhol, dos titanes en Bilbao

Una silueta repetida más de un centenar de veces en una paleta de colores planos; unas extrañas celdas construidas con barrotes y puertas llenas de polvorientos objetos personales. Sus estilos no podían ser más diferentes. Él tan celebrity, ella tan introspectiva. Pero los dos artistas, Andy Warhol y Louise Bourgeois, recalan a la vez en el Museo Guggenheim de Bilbao, haciendo de ésta una de sus mejores temporadas de primavera-verano -expositivamente hablando. La muestra Andy Warhol. Sombras podrá verse hasta el próximo 2 de octubre, y Louise Bourgeois. Estructuras de la existencia: las celdas hasta el 4 de septiembre. 

En la primera planta, las 102 serigrafías del más icónico artista pop abarrotan una inmensa sala. El espectador, sin embargo, no sé siente confuso ni desbordado, tan sólo algo alucinado y pequeño paseando en el hueco vacío que deja una obra tan monumental. Una misma sombra repetida un centenar de veces. Una burla a la reproductivilidad de un arte como el de Warhol, puesto que, aunque puedan parecerlo, estas sombras coloreadas son irreproductibles. Se embarcó en el proyecto Shadows con cincuenta años y con ayuda del entorno de la Factory. Un estudio en torno a esas "cosas aburridas" que tanto le apasionaban. Las sombras, colocadas en perfecto orden si ningún espacio vacío entre ellas, dan sensación de continuidad, como si fuesen una sola, en esos colores brillantes y en su mayoría alegres característicos del artista estadounidense. 

El fondo de cada lienzo está pintado con una mopa de esponja, cuyos rastros y manchas aportan “gestualidad” al plano pictórico. Las Sombras fueron creadas utilizando siete u ocho pantallas, como evidencian las leves diferencias de escala de las zonas oscuras y la presencia de puntos de luz aleatorios. A lo largo de las paredes de la sala se alternan el positivo y el negativo de las “sombras”. Esta práctica aparentemente mecánica es en realidad manual, y cada lienzo fue creado de manera individual.


Qué diferente es lo que veremos a continuación. Subimos en el ascensor de cristal, admirando los recovecos metálicos de un museo del que deberíamos sentirnos mucho más que orgullosos. La artista franco-americana Louise Bourgeois repite en España; el pasado verano el Museo Picasso de Málaga acogió la exposición He estado en el infierno y he vuelto, una muestra de más de cien obras entre esculturas, dibujos y piezas tejidas. Las celdas que reúne el Guggenheim constituyen la exposición más amplia dedicada a estas piezas de Bourgeois jamás realizada. Obras delicadísimas y muy complicadas de transportar y montar y que evidencian -si es que alguien tiene la duda- la genialidad de esta artista, tan única, tan brutal, tan sabia y a la vez visceral


Decía, aparte de que la gente feliz no tiene historias que contar, que “el espacio no existe; es solo una metáfora de la estructura de nuestra existencia”. Así se ordenan estas celdas. Cada una de ellas -y hay unas seis decenas- representa de manera física y pública un espacio invisible e íntimo de nuestra existencia. Una existencia compleja y a menudo dolorosa. Son espacios cerrados por verjas y puertas de aspecto gastado a las que accedemos como accede toda persona a la intimidad ajena: de hurtadillas, en silencio, sintiéndose un voyeur. Sólo por una de ellas se puede transitar. El resto las admiramos a través de una ventana o por encima de un alambre. ¿Y que hay dentro? El mundo de Bourgeois hecho universal. Todas sus ilusiones y sus angustias. Todo su día a día, tan arduo, hasta alcanzar ese más que merecido reconocimiento artística ya siendo una anciana, después de empezar a construir estas celdas. Hay camas deshechas y sus famosas frases tejidas en sábanas; hay cubertería y frascos de cristal; hay muñecos amorfos de tela; hay sillas enfrentadas a espejos; hay manos que brotan de bloques de mármol. Todo el imaginario creativo de Bourgeois está encerrado en estas celdas. Brutalmente bellas. Una enorme araña, su mamá, saca las patas desde un rincón oscuro de la memoria. Quien sea tan afortunado de vivir junto a la ría, que vaya a disfrutarlas tantas veces como pueda. Una podría quedarse toda la vida mirándolas, y aún así sabría que se le han escapado casi todos los secretos de una genio.

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